Querídisima tía Paula:
Una
vez más volví a Navahermosa.
En
tu calle ya no hay piedras, un asfalto gris cubre la bajada de la cuesta del
Alcotanillo, ¡qué bien te habría venido para arrastrar el carro del vino!
No podrías reconocer tu casa. La
puerta, antes desvencijada, se ha transformado en un reluciente portón con
cancela de hierro forjado. El corral… ¡ha desaparecido!. Del gran patio ya sólo queda un minúsculo
espacio en dónde ¡eso sí!, han respetado
el pozo tal y como lo recuerdo. El cocedero ahora es una señora cocina y han
sustituido los poyos por coquetas sillitas.
Pero no te preocupes, la bodega
sigue en el mismo sitio y mantiene firmes sus tinajas y toneles.
… Hace mucho tiempo ya; sin
embargo aún tengo la sensación de que te voy a encontrar en alguna esquina con
el carro y la pierna “mala” a rastras. Casi todo ha cambiado pero aún puedo
sentirte esperándome como cada tarde de entonces.
En el invierno el frío intenso se
suavizaba cuando estaba contigo. Corría
“arrecía” hasta tu casa en dónde la lumbre, con los pucheros humeantes, me
acariciaba la cara. Me preguntabas si todo estaba bien, me contabas del abuelo
y sus andanzas, los chascarrillos del
día…; yo esperaba ansiosa el momento
mágico en el que me contarías un cuento. ¿Cuál tocaría hoy?. Cuando te lanzabas
y decías: ¿Alguna vez escuchaste aquella historia…?, mis oídos se preparaban
para escuchar a la más maravillosa contadora de cuentos que haya conocido.
En el verano fuiste mi mejor
aliada y cómplice; te ocupabas de que no me quedara sin las fiestas del pueblo;
todo era posible contigo, no había miedo; me recordabas tu amor por mí y hacías
que recuperase la fuerza para seguir adelante con mis deseos.
De tus labios fui conociendo
muchos misterios y secretos familiares; en momentos fuertes me revelaste la
realidad con palabras tiernas. No me pudiste evitar la amargura que dejan las
certezas de lo inevitable pero tu auténtica forma de ilustrar la verdad
mitigaba mi angustia.
Ya no he vuelto a comer tus
patatas lavanderas y el pan de Viena especial de la tienda de “la cajón
sorpresa”; tampoco he vuelto a
refrescarme con la gaseosa recién sacada
del pozo, tan fresquita, ¡qué rica!. Y no he vuelto a oír a una mujer de más de
setenta reírse tan abiertamente ¡hasta de su sombra!, con tanta naturalidad.
¿Adónde se fueron aquellos días
de risas, de alegría desbordante, carcajadas sonoras? ¿Dónde están los cantares, las castañuelas,
los bailes…?
Nunca te dije lo importante que
fuiste en mi vida y lo que significó tu apuesta por mí. TU CONFIANZA. Una y mil
veces mi muy querida, añorada, entrañable tía Paula.
Ya se cumplieron los 100 años de
tu nacimiento. ¡Felicidades! Como tantas veces me escribías tú:
“De
la mar salen las perlas
De
las perlas los collares…
Del
corazón de tu sobrina
¡Muchísimas
felicidades!”
Gracias por aquellos años de
maravillosa compañía, pasaron pronto, pero no importa, tu recuerdo estará
siempre en mi memoria.